Por Astarté.
León, España.
Mi amigo miró
hacia el pasado y vio tierra. Y aunque la tierra es símbolo de fertilidad,
creyó haber visto sólo polvo de color ocre; seco y arcilloso. Aquella mañana me
llamó para comentarme su árida visión. ¡Y yo qué sé de visiones!,
le dije, por aquello de no comprometerme, en ningún caso, a desvelar
hambrientos fantasmas en el huerto de mi amigo. No le conté, sin embargo, que
también yo, a veces, cierro los ojos y veo tierra en el pasado, como si lo
vivido fuese no más que polvo y sequedad. Y que, en ocasiones (y para no
aburrirme en el presente), echo un vistazo al futuro y no veo, ni siquiera,
tierra (sólo sombras). Tampoco confesé a mi amigo que, cada día, al percibir mi
pueril debilidad, malgastando ideas riego a tope un cruel, pero reconfortante
concepto pesimista de la vida. Como tampoco le dije que, a menudo, mis ideas
caen, desproporcionadamente, del cántaro de la reflexión sobre la tierra seca y
las sombras. Es cierto: nunca digo a
mis amigos todo lo que veo. Sin embargo, mi gata, criatura peluda y llena de
manías, biológicamente organizada para saborear su pienso y dormitar a
ratos, me mira. Y, quizás, buscando en
mi perfil una visión del tiempo, aunque no me cuenta lo que ve, me regala una mirada limpia y simple, mucho
más armoniosa que la mía.
Maly, nuestra gata. |
Tras pensar
en todo ello, creí que era menester decirle a mi amigo, tan preocupado en su
visión del tiempo, que los gatos son felices. Y tomé el teléfono. Pero escuché,
solamente, en el vacío de la línea, un eco. Es más; a decir verdad, no era un
eco, sino algo así como una música distante. Y pensé que, “para variar”, mi
visión del tiempo seguía controlada desde el centro del sistema matriz que nos
mueve. Y colgué.
Me fui al
salón y me tendí en mi cómodo diván, esta vez sin cerrar los ojos. Y volví a
mirar hacia el pasado, tratando de encontrar lo que yace bajo el ocre de la
tierra seca. ¿Y sabéis qué vi?... Pues... ¡oro!... ¡Vi oro! Monedas brillantes,
de un espléndido amarillo-sol; metamorfosis del ocre. Y luego, sin cerrar los
ojos, me transporté al futuro. ¿Y sabéis lo que vi?... Pues, una verde pradera,
muy quieta, en la cual el viento mecía, suavemente, la hierba. Y de la
combinación del amarillo y el verde surgió el azul. Y entonces vi, ¡por fin!,
el cielo. Intenso e ilimitado. No recuerdo nada más. Estaría profundamente
dormida. O, tal vez, yacería ronroneando por cualquier rincón.
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