Nota de la autora.
Tras un mes en La Habana, a mi regreso, dejo a mis lectores de Los días de Venus en la Tierra el texto que sirvió de Presentación al número XXXVII de la Revista cubana "Vivarium", en esta ocasión, dedicado al tema de la incertidumbre. Doy gracias a los organizadores del evento, a los participantes y, en especial, a Ivette Fuentes de La Paz, Directora de dicha revista, por su invitación.
PRESENTACIÓN
DE REVISTA «VIVARIUM» XXXVII.
Incertidumbre, «mente creativa» y
certeza de elegir.
Una reflexión personal.
En
1932, cuando aún no había cumplido los treinta y un años, Werner Karl Heisenberg
recibe el Premio Nobel como reconocimiento a su Teoría cuántica matricial. Una
novísima concepción del mundo veía la luz ante los ojos incrédulos de la
humanidad: por primera vez en la historia de la Física, Heisenberg formulaba un
modelo matemático que le permitía interpretar las propiedades de las partículas
subatómicas como matrices que evolucionan en el tiempo. Su objetivo era investigar
cómo funciona el microcosmos de energía y cuáles son sus leyes, midiendo, con
la mayor precisión posible, las magnitudes de dichas partículas. Específicamente,
intentaba localizar la posición exacta de un electrón en el espacio y, para
ello, debía procurar que el electrón fuera visible, efecto que logró tras
provocar un choque de fotones sobre el mismo. Sin embargo, para su sorpresa, tal
choque luminoso produjo una alteración en la velocidad del electrón. Se
verificaba, pues, que no se podía obtener una medición precisa de la posición del
electrón sin alterar su velocidad y viceversa.
Así,
Heisenberg llegaba a la siguiente conclusión: en el caso de las partículas
subatómicas, al medir una de sus magnitudes, se altera la otra, demostrándose
la imposibilidad de conocer con precisión los fundamentos de la materia. Quedaba,
pues, formulado el Principio de
indeterminación o de incertidumbre, verdadera revolución para la Física, para
la filosofía y para todas y cada una de las ramas del saber humano.
Dos
años más tarde, en 1935, ve la luz la paradoja más popular de la Física
Cuántica, fruto de un experimento mental propuesto por el austríaco Erwing Schrödinger,
la conocida Paradoja del gato de
Schrödinger, resumida en lo siguiente: Imaginemos un gato dentro de una
caja completamente opaca. En su interior se ha instalado un mecanismo que
mantiene unido un detector de electrones a un martillo y, justo debajo del
martillo, se ha colocado un frasco con veneno letal. De esta forma, quedan ante
nosotros dos posibilidades: la primera de ellas, que el electrón se dispare
como un proyectil activando el mecanismo, haciendo caer el martillo y
produciendo la rotura del frasco con el veneno que, supuestamente, el gato
beberá. Ante tal alternativa, al abrir la caja hallaremos al gato muerto. Sin
embargo, puede también suceder que el electrón tome «otro camino» o trayectoria
que el detector no capte, no caiga el martillo, no se rompa el frasco, el gato
no tome el veneno y no muera; por ello, al abrir la caja hallaremos al gato
vivo.
En
fin, en cualquiera de los dos casos, esperamos algo que desconocemos y que sólo
conoceremos usando los sentidos, pues sólo pondremos fin a nuestra
incertidumbre cuando veamos al gato o vivo o muerto.
¿Cuál
será «el destino» del pobre gato dentro de la caja?
Una
de las dos posibilidades sucederá, por supuesto. Pero, mientras tanto, nuestra
incertidumbre es un hecho palpable que se regodea en la agobiante espera y,
ante ella, muchos comenzaríamos a orar ─y hago énfasis en el verbo «orar», pues
lo retomaré más adelante─ para que el electrón no «se dispare» y no cause la
muerte del gato, tratando de anticipar en el tiempo un resultado encaminado a
salvar la vida del animal.
Ahora
bien, más allá de aquella realidad que podemos constatar usando nuestros
sentidos, ¿cuál es la respuesta de la teoría cuántica a la Paradoja de Schrödenger?
En
1925, Louis De Broglie había propuesto la siguiente hipótesis: cada partícula
material tiene una longitud de onda asociada, la cual es inversamente
proporcional a su masa y a su velocidad. Quedaba así establecida la dualidad
onda/materia: desde el punto de vista de la Física Cuántica, un electrón (y
toda partícula subatómica) es partícula material y onda al mismo tiempo. Por esta razón, como partícula material, el
electrón se mueve de forma lineal y se proyecta, activando el mecanismo que hace
caer el martillo y provocando la muerte del gato. Pero, al mismo tiempo, como
onda, el electrón vibra u oscila, no choca con el mecanismo que activa el
martillo y, al final, el gato no muere.
En
resumidas cuentas, según la teoría cuántica, el gato dentro de la caja está
muerto y vivo al mismo tiempo.
Por
supuesto, al abrir la caja nosotros veremos al animal en un solo estado: o vivo
o muerto. Y es que, fuera del mundo cuántico, las dos posibilidades anteriores
dejan de existir simultáneamente y la realidad se define por el punto de vista
del observador. En otras palabras, el experimento propuesto por Schrödinger es
solamente aplicable a partículas aisladas, pero una vez que las partículas
subatómicas inician un proceso de convergencia e interacción, éste deja de
aplicarse.
¿Existen,
entonces, respuestas a esta paradoja?
Pues
sí. Hay teorías que han dejado abiertas las puertas para dar respuesta a la Paradoja del gato de Schrödinger; por
ejemplo, la Teoría de los Universos
paralelos o del entrelazamiento
cuántico, según la cual es posible la existencia de múltiples universos
paralelos que, al entrelazarse, entretejen una trama o un Totum, el llamado multiverso.
Y
bien, ¿es real este multiverso? ¿O
queda solamente en el predio de la literatura fantástica?
Y
en resumen, ¿dónde vivimos? ¿Qué somos? ¿Podremos saberlo algún día?
Como
vemos, se trata de las mismas interrogantes que han acompañado a la humanidad desde
tiempos remotos, si bien ─por supuesto─ «actualizadas» por la historia del
pensamiento científico. Pero, a fin de cuentas, son siempre las mismas
preguntas. E intentando darles respuesta, la búsqueda de certezas choca contra
el muro del desconocimiento y, como siempre, aquello que ignoramos, aquello que
nuestros sentidos no perciben desencadena en nosotros una turbulencia emocional
que nos conduce a experimentar sentimientos negativos que desembocan en el
miedo.
Claro,
hay algo a nuestro favor que olvidamos con frecuencia, hay algo que
menospreciamos por considerarlo dentro de la categoría de lo «paranormal», hay algo regularmente
despreciado por infalibles catedráticos por falta de demostración racional: me refiero a nuestro
«sexto sentido», esa capacidad que, en general, definimos como «intuición» y que,
atreviéndome a usar un paralelismo físico-poético, nos permite descubrir «lo
invisible» a través de un viaje entre el universo cuántico y el universo
sensible.
Una
explicación científica de la «intuición» como viaje entre ambos universos podría
ser, por ejemplo, la teoría cuántica de la decoherencia.
La
decoherencia cuántica es el término
aceptado y utilizado en mecánica cuántica para explicar cómo un estado cuántico entrelazado puede dar
lugar a un estado físico clásico (no
entrelazado). Por supuesto, llegar a considerar dicha hipótesis no ha sido
fácil; el camino ha resultado ser un sendero pedregoso y desconcertante que, en
su día, llevó a poner en tela de juicio los propios cimientos de la teoría
cuántica.
En
1935, Albert Einstein, Boris Podolsky y Nathan Rosen presentaron la Paradoja EPR, llamada de esta forma por usar las iniciales
de los tres científicos. El experimento planteado por EPR consiste en lo siguiente: dos partículas que interactuaron en «el
pasado» han quedado en un estado
entrelazado y, desde «el presente», dos observadores captan cada una de las partículas
de forma independiente. Sin embargo, cuando cada observador mide la inercia de
la partícula que observa, sabe cuál es la inercia de la otra. Y si mide su
posición, gracias al entrelazamiento
cuántico y al principio de incertidumbre, puede saber la posición de la
otra partícula de forma instantánea.
Así,
Einstein llegaba a la conclusión de que la Paradoja
EPR entraba en contradicción con la Teoría
de la relatividad, ya que permitía la observación de un fenómeno (el de la
acción a distancia instantánea) sin permitir hacer predicciones exactas sobre
él: entraban en contradicción los principios de la medida y la localización
dentro de la ciencia cuántica.
Pero
lo que no sabía Einstein es que la paradoja presentada era la manifestación de lo
que realmente ocurre en el universo. En resumen, Einstein desconocía la Teoría del entrelazamiento cuántico, la
cual afirma que, en un estado entrelazado,
manipulando una de sus partículas se puede modificar el estado total; es decir,
operando sobre una de las partículas se puede modificar, de manera instantánea,
el estado de otras partículas a distancia, fenómeno que no tiene sentido (a
simple vista) en el mundo de nuestras experiencias cotidianas.
Por
supuesto, de los tiempos de Einstein a nuestros días algo ha cambiado; por
ejemplo, los físicos han logrado modificar «desde el presente» un evento que ha sucedido con anterioridad,
demostrando que dos partículas, aunque estén separadas entre sí por una distancia
monstruosa, son capaces de comunicarse sin que exista entre ellas ningún canal
de transmisión. Este fenómeno, llamado entrelazamiento
cuántico, demuestra que la realidad cuántica es muy diferente a la realidad
física material captable a través de nuestros sentidos. Y es aquí donde entra
en juego la «intuición de la mente creativa».
Más
allá de nuestra observación y de nuestra percepción sensorial, más allá de
aquello que vemos, escuchamos, tocamos, etcétera, existe un espacio invisible o
tan opaco como la caja en la que se encierra el gato del experimento mental de
Schrödinger. Desde la óptica de la «mente creativa», este espacio invisible es
el llamado Mundo de Imago, espacio
que existe para todos, pero al cual solamente se accede con los instrumentos
del espíritu creativo, instrumentos que
nos posibilitan «ver» al gato vivo y muerto al mismo tiempo.
Volvemos,
pues, a la teoría de la decoherencia
anteriormente mencionada; es decir, regresamos a la explicación del tránsito de
un estado cuántico entrelazado que da
lugar a un estado físico clásico (no
entrelazado), pero en este caso, visto a través del viaje que realiza la «mente
creativa»: el poeta transformando metáforas (véase etimología de metáfora[1]) en
versos, el escritor rescatando imágenes y trayéndolas o transportándolas a la
realidad histórica, el pintor captando movimientos indefinidos y
transformándolos en trazos sobre un lienzo, el compositor traduciendo los sonidos
de la Naturaleza en notas musicales... En conclusión: el proceso de creación
artística como manifestación de la llamada decoherencia
cuántica.
En
1996 publiqué con ediciones Vivarium un
ensayo titulado Teilhard y Lezama:
Teología Poética. En él dediqué varias páginas del último capítulo a abordar
el tema del viaje imaginario del poeta, para lo cual hice una comparación entre
la cosmovisión teilhardiana del
universo y aquélla encerrada en el cosmos poético de José Lezama Lima. Entre
otros conceptos, hice referencia al de «ojo de la aguja», concepto que utilicé
para explicar mi idea poetizada de la existencia de universos entrelazados y convergentes. Resumiendo, expuse mi visión
del viaje del escritor en su acto de creación cuando éste, en soledad, transita
del mundo histórico (o sensorial o cronológico) al Mundo de Imago (universo cuántico imperceptible), tránsito que
realiza atravesando un punto en el que ambas dimensiones convergen y al que doy
el nombre de «ojo de la aguja».
En
realidad, creo que la «mente creativa» no inventa absolutamente nada y que lo
que hace es captar, por vía extrasensorial, imágenes que ya existen en ese multiverso del que nos habla la teoría del entrelazamiento cuántico. En
tal sentido podríamos, por ejemplo, comparar al escritor con un tejedor de imágenes
y afirmar ─¿por qué no?─ que escribir no es otra cosa que tejer. Sí. El
escritor sostiene el hilo de lo imaginario y lo pasa a través del «ojo de la
aguja». Luego teje, poco a poco, una elegante bufanda (su obra). Aparentemente,
el hilo de la madeja nada tiene que ver con el del tejido; sin embargo, el hilo
es el mismo en la madeja y en la bufanda y el tejedor solamente «ha creado» una
realidad distinta (la bufanda) de aquella anterior (la madeja), sin olvidarnos
de que «crear una realidad distinta» presupone siempre una elección personal ante la coexistencia de posibilidades
simultáneas.
Por
último ─y relacionado con lo anterior─, para concluir esta Presentación del número XXXVII de la Revista Vivarium, deseo volver, por un instante,
a un verbo que utilicé en este texto párrafos atrás, cuando analizaba las posibilidades
de hallar al gato vivo o muerto dentro de la caja. Específicamente, me refiero
al verbo «orar» y a su relación con la teoría cuántica.
Y,
al respecto, expongo mi punto de vista ─uno entre tantos posibles─:
Tanto
«crear» como «orar» son el resultado de una elección personal ante la incertidumbre de alternativas
entrecruzadas. Oramos porque queremos anticipar, en forma positiva, el devenir
de un acontecimiento. Orar es, por tanto, «escoger» una posibilidad ya
existente; por ejemplo, el gato de la Paradoja
de Schrödinger puede beber el veneno y morir o, al contrario, puede no
beberlo y continuar con vida. Y si oramos para que cuando abramos la caja
encontremos al gato vivo, es porque hemos
escogido esa posibilidad latente. En ese caso, nuestra oración tendrá
efecto. De igual forma, el escritor escoge
tal o cual perspectiva de la realidad invisible para construir su obra. Y al
hacerlo, no hace otra cosa que modificar la realidad.
Y
entonces, ¿qué es «elegir» desde el punto de vista de la Física Cuántica?
Para
dar respuesta a la anterior interrogante, hago referencia a dos ideas de Gregg
Braden, expuestas en su obra El efecto Isaías. Braden afirma que «el punto de elección es como un puente que
hace posible que comience un camino y que cambie de curso para experimentar un
resultado nuevo»[2],
y «la clave para elegir un resultado
entre los muchos posibles reside en nuestra habilidad para sentir que nuestra
elección ya está sucediendo»[3].
Entonces, desde la óptica de la Física
Cuántica, «orar» y «crear» pueden ser entendidos como actos de transformación y,
bajo este punto de vista, no son otra
cosa que «escoger» posibilidades (aun cuando la caja de la Paradoja del gato de Schrödinger permanezca cerrada), estando
convencidos de que todo, absolutamente todo, es potencialmente posible.
Rosa Marina González-Quevedo.
León,
octubre de 2018.
[1] Del latín metaphŏra, y éste a su vez tomado del
griego μεταφορά, que significa
‘traslado’ o ‘desplazamiento’, derivado de metapheró
‘yo transporto’.
[2] BRADEN, G., El efecto Isaías,
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