PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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martes, 30 de agosto de 2022

EL INCREIBLE MUNDO DE YUPI (RELATO)

Imagen libre de derechos de autor (Pixabay)


           Tengo un amigo intersexual que tuvo la intrepidez de nacer con un testículo y un ovario. Su madre quiso llamarle Hermafrodito; su padre, sin embargo —previendo mofas evitables— decidió ponerle el nombre de Júpiter, apelativo soberano que los más allegados hemos reducido cariñosamente al mote de «Yupi».

Para honra de la literatura popular, el susodicho es un tipo que tiende a narrar cuentos increíbles. Personalmente, pienso que quizá la capacidad de ser un prolífico narrador la deba más a sus experiencias inéditas que a la vanidad de considerarse —mitológicamente hablando— un semidiós. Porque, entre nosotros, ¿qué no habrá visto Yupi siendo cantinero de un bar de barrio?... No sé, pero a mi entender, no hacen falta excusas para incluirlo en estas descabelladas narraciones de los que danzan en el Limbo.

Refiero a continuación uno de sus relatos más recientes. Yo había bebido algo más de la cuenta, no lo niego. No obstante, pude anotar los pormenores de la historia en su totalidad:

Era una noche de jueves cuando aquella mujer entró y se sentó en la barra y pidió un tequila doble. Receloso, le pregunté que de dónde era. Y ella me empezó a contar un rollo de esos difíciles... Pero no le creí. Tomó tres tequilas. Y al cuarto, siendo ya las tres en punto de la mañana, apagué las luces. Entonces, entró en la cocina; obvió el innecesario preámbulo pasando, de inmediato, al juego duro: se quitó todo lo que llevaba puesto y se acostó boca abajo sobre la encimera. Tenía un tatuaje desde la nuca hasta la rabadilla. Me pidió que le acariciara el culo; empecé a darle masajes circulares en las nalgas (que eran duras y firmes) dejando escurrir, poco a poco, mi mano entre sus piernas... Y la gran sorpresa fue cuando se volvió y vi que ella era tan rara como yo. Me juró que, de pequeña, su madre la había dejado en un monte llamado Frigia y que, siendo mozuela, había sido seducida por un centauro, el cual, apiadándose de su belleza, en vez de donarle literalmente su mitad animal, le dio solo el pene del caballo... Afuera llovía y hacía un frío atroz y yo me limité a abrazarla (si acaso un abrazo tiene límites)... Pero tío, la verdad es que, de no haber visto con mis ojos lo que vi, habría seguido creyendo que no existe más de una versión para la misma historia...

—Sí, Yupi —interrumpí—, en tu mundo (y en el de todos) las historias son como un camino por el que transitamos con pies diversos —Tragué de un golpe el chupito de whisky.

—Eso que dices lo doy por cierto y verdad —aseveró—. He visto de todo en este bar y puedo contar cosas que igual harían reír que llorar. Por ejemplo, ¿ves a ese hombre que lee en aquel rincón?... Es ciego desde hace tres años; perdió totalmente la visión en un accidente. Sin embargo, viene cada día a leer: agarra el periódico, lo abre y se lo pone por delante. Dice que igual da, que para él no ha cambiado ni el bar, ni mucho menos  las chorradas que  publican los diarios. Un sabio lector, tío.

 

 ©Rosa Marina González-Quevedo

 

 https://youtu.be/dzBfZFGST4Y

 

 


 

 

sábado, 9 de julio de 2022

Manzanas rojas

 

Imagen libre de derechos de autor (Pixabay)




 «¡Compra manzanas rojas!», pregonaba por las calles. Iba descalza. Caminaba sin mirar a los ojos de los transeúntes. Llevaba una cesta de mimbre raída por las circunstancias: «¡Este es el fruto del pecado! ¡Compra manzanas rojas!», repetía… Pero no eran precisamente manzanas, sino pan viejo que recogía de los contenedores. Una tarde, me le acerqué y le pregunté por qué decía que aquel pan era el fruto del pecado. Me miró a los ojos. Y con la expresión de quien no cree tener la obligación de contestar preguntas estúpidas, alzó el puño y con tono amenazante gritó a los cuatro vientos: «¡Desperdiciar el pan es el mayor de todos los pecados!»… Y siguió su camino lanzando migas a las palomas. Y las palomas, los perros callejeros y las hojas secas la acompañaban. Había cambiado razón por amor. Era libre.

 

© Rosa Marina González-Quevedo

Puedes llamarme "Santi"

 

Imagen libre de derechos de autor
(tomada de Pixabay)




Un señor necesitado de cierta «asistencia humanitaria» leyó en una revista el siguiente clasificado:

 

Santina Recato, italiana, mayor de edad, con fuerte instinto de amar y gran sensibilidad.

Teléfono: 666 99 96 69.

 

Y llamó.

 ***

 ¿Aló?… Sí, soy Santina, pero puedes llamarme «Santi»… ¿Que es tu primera vez al teléfono?… Eso no tiene importancia, amore mío, ya verás qué bien la pasamos juntos. Perdona si te pregunto, ¿estás solo o en compañía?… Vale, vale… ¿Que lo quieres todo?… Ok, bambino, pierde cuidado.

¿Estás listo?…  Sí, en pelotas, con las piernas abiertas… y sin ningún recato, toda tuya…

¡No te precipites, cielo! ¡Todo a su tiempo!…

 

 ¿Sabes que tienes una boca muy sensual, ¿te lo han dicho antes?… ¿Y esas orejitas, que nadie alaba por descuido? Están ahí para decirles secretitos… y comérselas… ¿no es así?

Sí, cuoricino, en el cuello, claro… Tú también a mí… ¡Muérdeme, sí!… ¡Uy!, ¡pero si eres un vampiro! ¡Drácula, malo!… No, no pares, baja más… Con la punta de la lengua, así, suavemeeeeente… Me estoy acariciando los pezones… ¡Ven, ven, hazlo tú, comilón!… ¿Qué me dices?… ¡Repítemelo otra vez!… ¡Guarro, me encantas!… ¿Con bourbon? ¡Con lo que tú quieras, cielo!…

 (suspiro) ¡Ah, qué bieeeen!… ¿Sabes lo que hago ahora?… ¡Eso mismo!, ¡me estoy tocando!, pero tienes que imaginar que eres tú quien lo está haciendo… Delicadamente, también con la… ¡Ay, pero si me tienes como mantequilla en el microondas!…

 

 ¿Aló?

¿Amore, sigues ahí?…

 Pero… ¡¿YA?!…

¡Oh no, no tiene importancia!, le sucede a muchos…

 

 Entonces, ¿mañana de nuevo?… De acuerdo, a la misma hora.

 Sí, sí, ya lo tengo. Gracias por el Bizum.

 Ciao, bello!


© Rosa Marina González-Quevedo