PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




domingo, 13 de abril de 2014

Filosofando: Quien nos "enseñó" a "pensar".


Por Astarté.
León, España.


...Cuando se muere en brazos de la Patria agradecida
La muerte acaba, la prisión se rompe,
¡Empieza, al fin, con el morir, la vida!...[1]

Una generación; tal vez dos generaciones o más de cubanos recordarán estos versos de José Martí usados como “lema”. Yo, en especial, los rememoro y me vuelvo a ver adolescente, de pie, junto a la mesa de un aula de secundaria básica, cacareando estas bellas frases cada día antes de iniciar la primera hora de lección. Confirmando eso que llaman “espíritu patriótico” a través de la reiteración verbal y colectiva (por supuesto, colectiva) de estos versos o de otros. Versos o frases de algún poema de autor “comprometido” con la causa política, de algún discurso, etc. usados, retóricamente, siguiendo el modelo del three part list de los oradores políticos[2]. Y en el caso de José Martí, “autor intelectual” del asalto al cuartel Moncada, “apóstol” de Cuba... Bueno, en su caso, uno de nuestros más grandes poetas, excelente periodista y gran escritor, maestro, hombre honesto de exquisita sensibilidad. Pues bien: “había” que impregnar la atmósfera nacional de romanticismo para entrarle con fuerza a la imprescindible sensación de que por eso que llaman “Patria” habría que darlo todo, la vida si era preciso. Así, la idea de muerte devenía obsesión en nuestras cabezas instruidas, porque: Morir por la Patria es vivir (de nuestro Himno Nacional[3]). Y Patria y Revolución quedaban como términos poéticamente preestablecidos a través de un símil puntual e inigualable. En fin, que aprendimos a morir antes que renunciar al sacrifico que nuestros dirigentes políticos pedían como ofrenda a la condición de haber nacido en un suelo así  patriótico.

No sé aún quién nos “enseñó” a “pensar” y de qué forma. La matrix, universalmente controlada por “la mano poderosa”, tiene muchas variantes e hilos conductores pre-construidos a fin de manipular nuestras mentes. Recuerdo, por ejemplo, aquella tarde en la que una compañera de escuela, amiga personal, recibía la cruel noticia de la muerte de su hermano en Angola. Lloraba y, al mismo tiempo, se sentía orgullosa de ser la hermana de un mártir de la Patria (eran tiempos aquellos de ferviente internacionalismo, en el que teníamos más de una Patria...). Y bien, algo me hace pensar que el orgullo y la muerte nada diferencian a un suicida kamikase de un patriota aguerrido porque son, en términos prácticos, una y la misma cosa. Hay una carga de fanatismo religioso en ambos casos. Y nosotros éramos todos cofrades y soldados de una guerra jamás declarada pero siempre efectiva. Así, no sólo morían hombres y mujeres en el anonimato: También la ciudad empezó a morir sin darnos cuenta. 

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Fotografía de una cubana salida de su casa en La Habana Vieja.

Y empezó a morir, lentamente, nuestra idea del deber familiar, derrumbada por las armas del deber patrio. Y para sobrevivir, construimos en la destrucción de la ciudad y del porvenir túneles subterráneos donde guarecernos, como hormigas, en medio de una tormenta que vendría del Norte revuelto y brutal, cataclismo anunciado a diario (anuncio perenne que devanaba nuestras mentes).  Teníamos, pues, que educarnos para sobrevivir ante las dificultades de una revolución que, según las primeras consignas, había nacido sólo para que viviésemos mejor... ¡Cuánta historia!... Y luego, cuántas muertes en el canal de La Florida de aquellos que, intentando superar el vicio de morir por la Patria, preferían encontrar la muerte entre los colmillos de los tiburones porque había que escoger: o ¡Socialismo o Muerte! o ¡Libertad o Muerte! para no morir. Insuperable contraste del arte surrealista: el martirio anunciado de los nuevos santos anónimos, nacidos en la matrix de la "Isla de la Siguaraya", donde la gente ríe, baila y vive más por instinto que por dicha. Pero eso sí: todos educados a pensar a la grande. Con un nivel intelectual envidiable.

Y aquí va la fábula que concluye este drama de una muerte anunciada: Había una vez un país de hormigas, las cuales, llegadas aquellas fechas históricas y conmemorativas, se conglomeraban bajo el sol gritando (eran hormigas que aprendieron a gritar) consignas. En fin, eran hormigas oradoras y guerreras. 

Aprendieron a almacenar sueños y a guisar hojas de plátano para sustituir la carne vedada por la ira del bloqueo (y muy nociva, por cierto). Aprendieron a creer que la muerte era posible en cuestión de horas, quizás de segundos. Aprendieron a formarse en escuadras y a estar listas para la invasión que sobrevendría en cualquier momento. Aprendieron, además, a combatir y a morir por “causas justas” aun fuera de sus límites territoriales. Eran, en fin,  hormigas románticas. Hasta que un día llegó la tormenta: un viejo muro fue derribado por su propio peso. Y las hormigas se vieron en medio de un remolino, con sus cargas a cuesta y sus sueños invadidos. Entonces, llegó la guerra. No la de los monstruos del Norte revuelto y brutal, sino aquella de la vida real, gobernada por las manos manipuladoras de grandes compañías y poderosos bancos mundiales. Y fue éste el momento en el que las hormigas, que habían sido “educadas” a pensar en los conglomerados, comenzaron a disiparse para inventar, con lo que tuviesen a mano, hormigueros lo más parecido posible a aquellos del otro mundo, el de las serpientes. (¡Quién diría que Sueño con serpientes[4] funcionaría como fatal profecía en el Paraíso de la aguerridas hormiguchas!)... Bueno, jaranita aparte, la verdad es que las hormigas, así, sin saber cómo, sin necesidad de versos y lemas, llegaron a la conclusión de que la muerte no era alternativa a la lucha por la vida. Y entre paréntesis, como hormiga otrora (¿y aún?) perteneciente a aquel romántico conglomerado, confieso sentirme algo aliviada. Pues a pesar de saber que al final no nos libraremos de la mano poderosa que manipula nuestras conciencias; a pesar de intuir que la guerra del asco monetario aniquilará a los más débiles (volveremos a la ley de selección natural transpuesta a nivel de hormiguero) sé, al menos, que podré volver a leer a José Martí sin cacarear sus versos en absurdas consignas. Al menos, él murió por voluntad propia. Cuando había una verdadera guerra, si bien cargada de romanticismo, por la independencia.




[2] Véase, por ejemplo, The Microanalysis of  Political Communication: Claptrap an Ambiguity de Peter Bull  en: http://books.google.es/books?id=qyWDAgAAQBAJ&pg=PA30&lpg=PA30&dq=three+part+lists+political+speeches&source=bl&ots=8Yq1lfDRrq&sig=2cSYnCjUfZ
[4] http://youtu.be/InH-iUD_7e8, Sueño con serpientes, Silvio Rodríguez.

miércoles, 26 de marzo de 2014

El hombre que optó por leer del otro lado de la página.




         Por Astarté.
    León, España.


Dándole vueltas a la situación optó por leer la página por tercera vez pero nada entendía. Era como si aquellos renglones se agolpasen ante el raudal de su lectura y las letras, estrictamente impresas en la hoja de una revista de actualidades, se esfumasen al toque de su pensamiento. Estaba aturdido. No obstante, volvió a leer por cuarta, por quinta vez... ¡Y nada! Al parecer, su nivel de comprensión lectora había caído en un abismo de paralelogramos imaginarios. Por ejemplo, si leía: “Mal tiempo en las próximas horas”, entendía algo así como “El tiempo expira en una hora”... O si leía: “Accidente aéreo en el pacífico”, su imaginación le conducía a “Exterminio de ángeles en el océano”. Por tanto, llegó al convencimiento de que el mundo en el que estaba viviendo se limitaba al simple reciclaje del Caos. Vamos a decir que se llamaba Honorato, en honor a la demencia. Vamos a decir también que este hombre de rauda imaginación y extraño entendimiento había perdido eso que llamamos “sentido común”, tal vez como consecuencia de  su afán por comprender lo lógicamente incomprensible.



Era de noche cuando le sacaron de su cuarto en un estado de delirio tal que no me atrevo a describir por no saber cómo hacer para describir la imagen del éxtasis. ¡Mire usted!... Abrir un pequeñísimo agujero en el centro de una de esas páginas y escapar hacia el otro lado de la vida sin dejar huellas y sin decir adiós. En fin, que también otros intentaron seguirlo en tamaña aventura. Pero, a decir verdad, pocos lo lograron. Y aquellos que lo hicieron regresaron cargados de espejismos. Esta es una ciudad cualquiera. Aquí, como en todas partes, la gente nace, se reproduce y muere.

lunes, 10 de marzo de 2014

Filosofando: Un viaje inverso hacia el reino de Imago.



Por Astarté.
León, España.


Recientemente, Neo Club ediciones ha publicado Viaje inverso hacia el reino de Imago. Su autor es Manuel Gayol Mecías, viejo compañero de tantos viajes y batallas, cuando emprendíamos, en nuestro andar cotidiano, la peregrinación poética de los marginados (ingenuos) en la Isla de Cuba. Y bien, en su libro Manuel ha reunido pensamiento y obra de siete escritores, los cuales, de una forma u otra, con mayor o menor reconocimiento y celebridad literaria, han reflexionado sobre metafísica, poesía y trascendencia de la conciencia humana. Hoy me complace ver mi nombre entre estos siete autores. Es más, estoy satisfecha de verme, tal vez en modo inmerecido, junto a pensadores cubanos que han dedicado buena parte de sus vidas y quehacer literario a la maravillosa faena de CREAR. Por supuesto, la publicación de Viaje inverso hacia el reino Imago no podía quedar a oscuras en el blog de Astarté. Doy, por tanto, las gracias a Manuel Gayol por haberse detenido, con pasión, en las páginas de mi ensayo De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad[1] para hacer nacer de ella su Epístola Virtual a Rosa Marina González-Quevedo, incluida en Viaje inverso hacia el reino de Imago.

Leyendo Viaje inverso hacia el reino de Imago he reconocido que mis ideas esbozadas en el mencionado ensayo no fueron (y no son, ni mucho menos) fruto de algún estado de alucinación personal. Nada de eso. Claro, tenía que existir una prueba, ante los ojos incrédulos de esta servidora, de que no fantaseaba. Propongo, pues, a mis lectores, que se abandonen en los brazos de la paciencia y lean, en breves, lo nuevo que he descubierto tras la lectura de Viaje inverso... Veamos quién gana: si la locura del saber o el coraje de la poesía. O ambos (esto último es lo más probable)... Muchas gracias.

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UN VIAJE A UNIVERSOS PARALELOS: EL VIAJE DEL POETA.

Como afirmo en renglones anteriores, hace ya algunos años escribí el ensayo De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad, inspirada, ante todo, por el insaciable apetito de viajar que me caracteriza. ¿Snobismo de mi parte? Todos tenemos la posibilidad de viajar y, de hecho, todos viajamos (aun sin tener los suficientes recursos para hacerlo). Hay viajes geográficos que cuestan mucho dinero; hay otros más económicos. Hay viajes que requieren un mínimo de preparación. Hay otros qu no se preparan, por ejemplo, los que realizamos mentalmente a través de la memoria (el recuerdo de lugares lejanos y de tiempos pasados) y de la imaginación. Y hay otros viajes cuya realización prescinde de todo lo dicho anteriormente. Me refiero a los llamados “viajes astrales” o “viajes del aura” o del alma: Estos nos conducen a universos paralelos, a planos o dimensiones que no son las que conocemos a través de los sentidos y la razón, sino, sobre todo, a través del sueño. Y bien, es así que todos viajamos. Es más, podemos ser diferentes en cuanto a pensamiento, ideología, cultura, sensibilidad, experiencias, etc. Hay, sin embargo, algo que nos iguala a todos los seres humanos: el viaje que realizamos a través del sueño. ¿Me equivoco? Puede ser.

¿Hacia dónde viajamos en sueños? Pues bien, diríamos que nos transportamos a planos que coexisten con la realidad físico-cronológica conocida como Historia, desde el instante en el que nuestro cuerpo físico deja escapar, por breve espacio y a corto plazo, el cuerpo astral o alma. ¿A dónde va el alma? Pues, eso ni ella misma lo podría anunciar, en caso que el alma hablase. En sus viajes astrales, el alma conoce, vive, experimenta, re-conoce... Y luego, tras explorar y experimentar, regresa a “encajar” en ese cuerpo orgánico que quedó quieto, en reposo, bajo la cortina del sueño. Luego, la mente podrá hacer ejercicios de memoria para tratar de recordar lo que el alma aprendió y aprehendió en su viaje por otro universo paralelo. Pero, ¿podremos recordar todo lo soñado? Bien sabemos que no. Bien sabemos que, en muchas ocasiones, no podemos, ni siquiera, decir si hemos soñado o no. Pero aún así, nuestra alma ha traído consigo nuevas vivencias.

Hoy reconozco que al escribir De la luz y sus contrastes... no hice otra cosa que describir mi viaje personal, que es, en fin, el viaje del poeta. Resumo, brevemente, las ideas principales de lo que escribí en este ensayo: El poeta o creador de metáforas, desde su espacio histórico, penetra a través de un punto de inversión dimensional (una especie de “agujero de gusano” o “agujero negro”) al cual llamo “ojo de la aguja”. ¿Y dónde entra el alma a través de este agujero? Pues, entra el un universo “inverso” al histórico: el reino o mundo de Imago (plano de lo imaginario). Propongo este esquema para ilustrar la idea de la inversión dimensional  Historia-Imago, cual conos inversos: 

      

Un evento en un cono de luz temporal, según el Principio de Causalidad (Véase http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_de_la_relatividad_especial)


He llamado, metafóricamente hablando, “ojo de la aguja”  a ese punto o agujero de inversión dimensional. Y lo hecho así a fin de establecer un símil entre el alma del poeta y el hilo que usa un sastre para ensartar la aguja con la que cose. El hilo es lo que mantiene unidos Historia e Imago. Y bien, igual que el hilo del sastre, el alma del poeta pasa a través del “ojo de la guja” para llegar a esa otra dimensión, inversamente proporcional y coexistente, donde le aguardan las imágenes cuales estatuas de sal, dormidas. Así, de un plumazo, el poeta toca las imágenes, las despierta y las trae consigo al mundo de la Historia en forma de imágenes poéticas. Entonces, ¿no es, acaso, el viaje del poeta hacia el reino de Imago el mismo viaje del alma en sueños?

Todos somos poetas (todos creamos). Todos soñamos (la danza onírica mientras dormimos).  Todos realizamos viajes astrales, lo sepamos o no, recordemos o no. Claro, hay poetas que no regresan del todo de sus viajes por el mundo de imágenes. Y estos son los grandes creadores:

Independientemente de ello reconozco que hay poetas (creadores, artistas) que alguna vez hicieron su primer viaje a Imago y no regresaron. Se mantuvieron en su condición – preestablecida por su propio destino de vida – de poeta en Imago, o poeta de la contemplación...[2]

Pienso, no sé por qué... Pienso en Pitágoras, Platón, Mozart, Dalí, Shakespeare, Walt Whitman, T. S. Eliot, Calderón de la Barca, Teilhard de Chardin, Lezama Lima... Pienso en nombres como estos y como tantos que quedaron en el reino de los iniciados. Son los grandes creadores. En fin, hay poetas cuya alma es eterna peregrina a través del universo, lo cual explica, pienso, la universalidad de su obra.



[1] Rosa Marina González-Quevedo, De la luz y sus contrastes. El aura de la soledad, en Metanoia, São Pablo, Universidad de São Joao del Rey, No. 5.
[2] Manuel Gayol Mecías, Viaje inverso al reino de Imago, Neo Club ediciones, 2013, pp.18.

domingo, 16 de febrero de 2014

Plegaria al sol en días oscuros.




Por Astarté.
León, España.

Sol, vamos a ver... Que no es que te escondes, ni mucho menos. No. Estás siempre en ese sitio que es sólo tuyo. Igual nos sucede a nosotros, impertinentes terrícolas que  permanecemos en la minúscula parcela de barro que nos sirve de sostén. Sucede, sin embargo, que la ley de ser ubicuos no nos entra por los párpados (no entendemos casi nada...). Y por eso, apostamos un reino lleno de estrellas por verte lamernos la piel. Y cuando no te vemos aquí, comiendo migas en la palma de nuestra mano, maldecimos el entero universo sin saber (la ignorancia nos invade el alma) que Tú, astro-rey de los mortales terrestres, amaneces cada mañana sólo para amarnos y que los días oscuros son estos en los que te has quitado la chaqueta para reposar un poco. Porque tienes sueño. O, quizás, porque te has ido de paseo por ahí, sin rumbo fijo... Quién sabe.

Y bien, permítenos entonces darte gracias por ser y por estar, aunque a veces no te veamos. Ayúdanos a realizar una fotosíntesis humana que nos permita mejorar el planeta. Danos la energía suficiente para exterminar la corrupción, la envidia y las guerras. Tráenos los colores necesarios para construir canteros de flores en los vertederos urbanos y para disfrutar del vaivén del viento al mecer la verde hierba en las praderas. Enséñanos a jugar con las partículas del arco-iris. Otórganos la sabiduría y la claridad mental para poner fin a la imbecilidad que nos consume detrás de los escaparates y de la publicidad. Haznos reír con tu carisma milenario. No te enfades ante la ferocidad de los dueños del mundo; esos que, desde cúpulas de vidrio, gobiernan nuestras humildes chozas por creerse dioses entre dioses... En fin, ayúdanos a creer en ti, como hicieron nuestros antepasados. Llénanos de la alegría de vivir y danos la luz. Amén.


       



lunes, 20 de enero de 2014

TORCUATO.

"Centauro": Caligrama del Siglo X.


Por Astarté.
León, España.

Tenía pocos amigos y no fue a la escuela. Había perdido a su padre en agosto de 1980, cuando apenas contaba con cuatro años. Pero no le quería; es decir, su padre. Por eso, quedar huérfano no representó para él un trauma de la infancia, ni mucho menos. Bueno, le quedaba su madre, una mulata de culo exótico y aires de sandunguera; una de esas que ni se acordaba muy bien de tener un hijo.  Ella iba al trabajo cada tarde (al menos, eso decía) y dejaba a Torcuato con la vecina hasta bien entrada la noche, a cambio de que ésta usase su teléfono sin límite de llamadas y su nevera para guardar los botes de mermelada (esos que hacía para vender por el barrio). Él era, para colmo, un niño que no hablaba, ni así le tirasen las palabras con una cuerda. Al parecer, había concentrado la agudeza de su capacidad comunicativa en dar palmadas sobre cualquier superficie plana, bien se tratase de una mesa, de una silla o del suelo. Emitía estrepitosos sonidos onomatopéyicos y, al mismo tiempo, daba fuertes golpes con la mano, situación comunicativa peculiar e insoportable para quienes estuviesen a su alrededor. La vecina, sin embargo, no le ponía demasiada atención, ni a Torcuato, ni a sus estruendos. Al máximo, le decía que se estuviese tranquilo. Lo miraba de reojo: ¡Bestiaaa!, ¿te puedes callar?, era todo lo que le gritaba. Y se viraba de espaldas para continuar pegada a la tele con la novela de las diez y media.

Cuando cumplió la mayoría de edad, Torcuato había crecido y desarrollado a plenitud, convirtiéndose en un joven apuesto y dotado de enormes atributos físicos. La vecina y Torcuato habían hecho grandes migas en los últimos dos años. Fue ella quien se ocupó de la educación sexual del joven, entrenándole para la vida y enseñándole a conocerse a sí mismo como buen semental... (Dicho sea de paso, Torcuato había generado una linda niña, a la cual la vecina mandó bien lejos, a vivir con unos parientes, en otra provincia)... Y bien, la madre del joven había tomado su camino hacía ya tiempo, dejando a su hijo el minúsculo apartamento con baño y teléfono: así constaba la descripción de la vivienda en el clasificado del periódico, en el cual Torcuato, ayudado siempre por su vecina, había “enganchado” la venta del inmueble. Vale decir que a este hijo de la incredulidad no le importaban las cosas materiales. Por eso, un buen día cerró la puerta de aquel cuchitril, dijo adiós a su vecina y a su pasado. Y echó a andar por el camino de los bien-aventurados. Tenía pocos amigos, repito, pero ni falta que le hacían. Ya hablaba (a los nueve años había comenzado a construir sus primeras frases completas y a los quince había logrado hacer discursos, más o menos intelectuales...). Era un buen chico, guapo y bien dotado. Y recitaba poemas (aprendidos de memoria, gracias a que su vecina era una tipa sentimental y se los había enseñado como parte de su educación sexual...).

A decir verdad, no tenía idea de a dónde ir. Pero ello tampoco le importaba demasiado. Se había metido en el bolsillo algún dinero de aquella mierda adquirida por el apartamentucho, el cual había vendido a plazos, cobrando sólo los dos primeros (del resto de la pasta se ocuparía su vecina...). En fin, que andando y andando, el joven Torcuato recorrió medio mundo. Hizo de todo un poco: aprendió varios oficios, adquirió diferentes idiomas, conoció gran variedad de climas y centros urbanos y rurales... Tuvo hijos (no se preocupó demasiado por la cantidad de sus descendientes, como buen semental trotamundos que era...). Eso sí, estaba convencido de dos cosas: La primera de ellas era que la educación no entraba en las necesidades vitales de un centauro. Mitad hombre, mitad caballo, Torcuato usaba, sin leer libros de texto, sus dos hemisferios vitales: de la cintura hacia arriba, su mitad de hombre para hablar, comer y delirar; de la cintura hacia abajo, su mitad bestial para engendrar, caminar y defecar. Y así le bastaba.  Torcuato, en fin, estaba convencido que ni la escuela ni la familia habían contribuido a hacer de él lo que era. Y bien, la segunda cosa de la cual nuestro ser mitológico estaba seguro era que amaba a su vecina. Por todo lo que ésta hizo por él. Por cada verso que escuchó de sus labios, meneando las caderas, haciendo el amor.


El diario de lo cotidiano.



          Por Astarté.
          León, España.


Iba a escribir la primera página de mi diario sobre cosas cotidianas, pero me di cuenta de que algo faltaba a mis apuntes. Para ser exacta, me percaté que escribiría, una vez más, haciendo alarde de un conocimiento, asquerosamente rancio, sobre temas desgastados: el amor, el desamor, la política, el sentido existencial de mi yo personal, la filosofía, la razón de ser y de no ser... En fin, ¿puede un escritor renunciar a la pedantería de la falsa erudición?, fue esa la pregunta. Y me dije a mí misma tal vez. Y empecé a escribir en punto y aparte, dando un cordial saludo a la vida:

¡Buenos días, vida! No sé por qué no te hago un guiño cada día al despertarme. No sé por qué soy tan parca y no me detengo a saludarte, si es cuestión de un segundo o dos, sólo eso. Igual que saludo a mi vecina de casa o a la gente que transita por la calle, no sé por qué no lo hago contigo. Hoy, por ejemplo, resplandece un sol de primavera cuando aún amanece con chaqueta de invierno. Busco entonces los detalles de todos los días y me doy cuenta de que estoy saboreando el café matinal. Cierro esta rutina del desayuno que, no acabo de saber cómo, pero puedo permitirme. Navego por el río de mi largo corredor, le busco en los rincones de la casa, pero él ya se ha ido a trabajar (junto a mí soñó toda la noche). Mientras tanto, mi gata corre con la energía de su temperamento felino y maúlla (quiere leche...)... Dejo la ventana abierta: entra el aire con despistes de señora noctámbula y me enfría la piel (estoy tiritando, pero no la cierro)... Bueno, pienso también en los amigos, en los de siempre y en los de “nueva adquisición”, los cuales, seguramente,  estarán parapetados en sus sitios cotidianos, en correspondencia con sus rutinas y planes de diario. En fin, salgo a la calle y veo a la gente que va y viene y me mira y sonríe( aunque no me conozcan, ellos saludan y sonríen...). Sin dejar de hablar de los pájaros: He visto que una bandada de astutas urracas busca en el parque un recinto más cálido donde aguardar el deshielo de las bajas montañas. Y las hormigas, diosas de la tierra húmeda, cargan migajas de la noche anterior (alguien ha regado trozos de pan sobre la hierba...) Vuelvo a casa. Y descubro que las arañas han tejido telas de lujo en las esquinas de la sala. Miro el techo lleno de hilos pegajosos y colgantes. ¿Quién puede decirme, exactamente, dónde he estado? Quizás pueda recordar, de golpe, mis viajes astrales al reino de los supervivientes... Tal vez pueda enumerar mis sueños de vigilia, amontonados, haciendo fila para realizarse a plenitud, si yo quiero, claro está. Y empiezo a contar la caída de los granos de arena en el reloj: otras veinticuatro horas cuentan el tiempo, con paciencia, a mi paso a través de la conciencia. Y por no dejar de pasar de un lado al otro, del paraíso al infierno (no existe el uno sin el otro...), paso revista de cuanto soy, en orden de prioridades: gente, naturaleza, ciudad, imágenes, deseos, hábitos, historia... Y me enredo entre mis ideas, tanto que me cuesta decirte, simplemente: ¡Buenos días, vida! ¿Te sientas a mi lado a tomar un chocolate caliente? Por supuesto que sí. Por lo demás, si algún recuerdo incluyo en tu humilde memoria es que hoy me das un nuevo margen para seguir recorriendo tu camino. Y no me creerás, pero te debo un mar de cosas a cambio de un simple saludo:¡Buenos días, vida!... Que no es un juego esto de llamar a tu puerta cada día.


domingo, 12 de enero de 2014

Confesiones de Astarté a sus lectores: Compás de espera.

      


      Por Astarté.
      León, España.

      Últimamente la tendencia a permanecer en posición de arranque, pero sin correr y sin marchar a ninguna parte, me mantiene en el punto fijo de quienes poco escriben. ¿Para escuchar sin prisa el silbido del viento? ¿Para construir castillos en la arena? ¡Bah!, ¿quién sabe?... Será por eso que los días escapan de mis dedos y me retan a seguir allí, de pie, en el compás de espera. Mirando desde la orilla cómo van y vienen las olas al ritmo de la apatía. Y mojando, de vez en cuando, mis pies en la corriente. Pero, eso sí, dejando libres mis manos. Para impulsarlas a su propia suerte. Cuando el aire vuelva a despeinarme el flequillo con la musa de la imaginación.