PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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lunes, 20 de enero de 2014

El diario de lo cotidiano.



          Por Astarté.
          León, España.


Iba a escribir la primera página de mi diario sobre cosas cotidianas, pero me di cuenta de que algo faltaba a mis apuntes. Para ser exacta, me percaté que escribiría, una vez más, haciendo alarde de un conocimiento, asquerosamente rancio, sobre temas desgastados: el amor, el desamor, la política, el sentido existencial de mi yo personal, la filosofía, la razón de ser y de no ser... En fin, ¿puede un escritor renunciar a la pedantería de la falsa erudición?, fue esa la pregunta. Y me dije a mí misma tal vez. Y empecé a escribir en punto y aparte, dando un cordial saludo a la vida:

¡Buenos días, vida! No sé por qué no te hago un guiño cada día al despertarme. No sé por qué soy tan parca y no me detengo a saludarte, si es cuestión de un segundo o dos, sólo eso. Igual que saludo a mi vecina de casa o a la gente que transita por la calle, no sé por qué no lo hago contigo. Hoy, por ejemplo, resplandece un sol de primavera cuando aún amanece con chaqueta de invierno. Busco entonces los detalles de todos los días y me doy cuenta de que estoy saboreando el café matinal. Cierro esta rutina del desayuno que, no acabo de saber cómo, pero puedo permitirme. Navego por el río de mi largo corredor, le busco en los rincones de la casa, pero él ya se ha ido a trabajar (junto a mí soñó toda la noche). Mientras tanto, mi gata corre con la energía de su temperamento felino y maúlla (quiere leche...)... Dejo la ventana abierta: entra el aire con despistes de señora noctámbula y me enfría la piel (estoy tiritando, pero no la cierro)... Bueno, pienso también en los amigos, en los de siempre y en los de “nueva adquisición”, los cuales, seguramente,  estarán parapetados en sus sitios cotidianos, en correspondencia con sus rutinas y planes de diario. En fin, salgo a la calle y veo a la gente que va y viene y me mira y sonríe( aunque no me conozcan, ellos saludan y sonríen...). Sin dejar de hablar de los pájaros: He visto que una bandada de astutas urracas busca en el parque un recinto más cálido donde aguardar el deshielo de las bajas montañas. Y las hormigas, diosas de la tierra húmeda, cargan migajas de la noche anterior (alguien ha regado trozos de pan sobre la hierba...) Vuelvo a casa. Y descubro que las arañas han tejido telas de lujo en las esquinas de la sala. Miro el techo lleno de hilos pegajosos y colgantes. ¿Quién puede decirme, exactamente, dónde he estado? Quizás pueda recordar, de golpe, mis viajes astrales al reino de los supervivientes... Tal vez pueda enumerar mis sueños de vigilia, amontonados, haciendo fila para realizarse a plenitud, si yo quiero, claro está. Y empiezo a contar la caída de los granos de arena en el reloj: otras veinticuatro horas cuentan el tiempo, con paciencia, a mi paso a través de la conciencia. Y por no dejar de pasar de un lado al otro, del paraíso al infierno (no existe el uno sin el otro...), paso revista de cuanto soy, en orden de prioridades: gente, naturaleza, ciudad, imágenes, deseos, hábitos, historia... Y me enredo entre mis ideas, tanto que me cuesta decirte, simplemente: ¡Buenos días, vida! ¿Te sientas a mi lado a tomar un chocolate caliente? Por supuesto que sí. Por lo demás, si algún recuerdo incluyo en tu humilde memoria es que hoy me das un nuevo margen para seguir recorriendo tu camino. Y no me creerás, pero te debo un mar de cosas a cambio de un simple saludo:¡Buenos días, vida!... Que no es un juego esto de llamar a tu puerta cada día.


lunes, 30 de diciembre de 2013

Deseos para el nuevo año.




Por Astarté.
León, España.


        Para comenzar el año y buscando no engañarme con eso del tiempo y de los ciclos acordados por los hombres para organizar la vida del planeta en el que vivimos, quiero hacer presentes mis deseos, precisando que estos no son los que me harán más bella, virtuosa o rica, aunque, tal vez, sí más conciente de mi propia vida.

        Y bien, ante todo, deseo ser ésta que soy; es decir, un ser humano que se regocija estirando sus extremidades, cada mañana, al despertar. Deseo seguir sintiendo el sensual cosquilleo de mis sábanas al rozar mi piel y, una vez despierta, refrescar mi rostro con agua cristalina, bien fría, como el agua de los manantiales. Y con la cara fresca aún, mirarme al espejo y reconocerme. Y una vez, reiterando ser yo misma, deseo que el aire que respiro esté ahí, al alcance de mi aliento. Y que mi inteligencia natural me guíe, a cada paso, al tomar el oxígeno que uso para respirar (justo el necesario).  Deseo que mis zapatillas de noche se iluminen con el día; que destellen la luz de las estrellas más lejanas a fin de dar lumbre y calor al camino que recorren mis plantas terrenales. No puedo, por supuesto, dejar de desear mente clara y ojos lúcidos: Sin lucidez suficiente no podré orientarme en la cocina de casa, pequeño rincón donde hago el café matinal y abro la ventana para ver el sol. Deseo, además, continuar teniendo el oído musical que me permite escuchar las melodías que adoro. Y, al mismo tiempo, untar mi pan del desayuno con mermelada de frutas, bien rica, para alimentarme. Y que mi cuerpo, repleto de hambre gestual y fuerza, de sangre y  nervios, esté apto para recibir los golpes y caricias, los dolores y bondades que merezco, sin excesos, claro está. Y así, deseo el paladar y el gusto sensorial íntegro para saborear lo dulce, lo salado, lo amargo y lo agrio de la vida, ni más ni menos, no dando demasiado tiempo al desagrado y plisando de espacio los momentos de placer. Deseo, por demás, amar y ser amada, besar y que me besen... Deseo cerrar mis manos y sentir que hay granos de arena, migas de pan, gérmenes de piel entre mis dedos. Deseo mente clara, corazón abierto, cuerpo sano. Eso es todo. Y aunque sé que es demasiado, sé también que, para comenzar el año, tengo el derecho de pedir que el tiempo sea tan preciso y enorme como la eternidad. 
Eso pido para mí y para todos vosotros.

Abracemos, pues, el 2014 con la plenitud de nuestra energía más positiva.

¡QUE SEA UN AÑO DE RENOVACIÓN PERSONAL!

Un abrazo a MIS LECTORES Y AMIGOS.


Astarté.

martes, 14 de mayo de 2013

Confesiones de Astarté a sus lectores: Ego y Fortuna.




Por Astarté.
León, España.

Confieso que, a veces, cuando me siento aturdida y me da vueltas la cabeza, alcanzo a percibir una rueda en las amplias habitaciones de mi imaginación. Y bien, eso de tener o no fortuna (alias “suerte”)  es mitología, ¿sí o no? Esa mujer, diseñada ciega y de pie por los antiguos griegos, moviendo entre sus manos una rueda sin control y a puro azar de sus antojos... Mitología pura y dura, ¿sí o no? Leyenda de caminos. Pero, como leyenda al fin, no es más que expresión de una tendencia de nuestro pensamiento universal: apelamos a la total ausencia de responsabilidad personal cuando algo nos falla, cuando las cosas no nos salen del todo bien o, al contrario, cuando nos salen de puta madre (creyendo que nada hemos hecho para merecerlo). Pero, ¿no será ese giro de la rueda el invisible juego personal del hacer y del no hacer en forma simultánea, a nuestro favor o en nuestra contra?

Algo me dice (y ese “algo” suele ser la experiencia vivida) que cada paso que doy, cada movimiento, cada acción no es otra cosa que una micra del impulso que estoy dando a la rueda (aún sin tener conciencia de ello). Igualmente, podría asegurar que cada una de mis acciones regresan al punto de donde partieron, con la fuerza de la acción misma, como reacción energética, ni más, ni menos. Esto es algo conocido como Karma; concepto que me ayuda a considerar eso de la conexión universal a nivel conciente. Y en esta “devolución energética” de mis acciones personales no cuenta, solamente, lo físico, sino (y sobre todo) aquello que no percibo y no logro perfilar en un cuadro de pie, como mujer ciega que mueve una rueda: mis deseos, mis sentimientos, mis emociones cuentan. Y sí que cuentan en mi vida.

 No pretendo, claro está, desenfrenarme o palidecer intelectualmente en una exposición de conocimientos que no poseo. Me quedo aquí, en este punto muy básico y cotidiano: me duelen Fortuna y su rueda cuando las cosas no me salen bien; me acarician Fortuna y su rueda cuando algo extraordinariamente fabuloso me sucede. Y en fin, que no siendo justa con mi propia justicia, devengo injusta conmigo y con mi especie. ¿Será entonces que Astarté espera cosas demasiado fabulosas? ¿Quién debe descubrir a quién?, ¿Astarté a Fortuna o Fortuna a Astarté?

Para empezar a aclararme las ideas que giran por mi mente, confieso que no suelo jugar a loterías, ni apostar en juegos de azar, y por algo será. No sé si lo que acabo de decir es lo mejor o lo peor que suelo hacer, pero, al menos, eso es ya un punto de partida para auto-conocerme (o auto-reconocerme). Y es que, al final, creo haber llegado a comprender, en cierta forma, que el deseo de querer algo en mí es más fuerte que el abandono al que me doy, pretendiendo lograrlo sin participar. Por supuesto, Fortuna no me verá si no la busco. Pero no por azar, sino por puro amor al deseo de encontrarla. Y, al final, ¿por qué todo este discurso “extraño” en torno a un antiguo mito? Quizás, porque los mitos y leyendas pertenecen a una memoria ancestral, inconsciente y necesaria para continuar, día a día, llevando las riendas de eso que llamamos "vida".


jueves, 6 de diciembre de 2012

ALMAS EN PENA.



Por Astarté.
León, España.

Cuántas veces pasan y siguen en su danza. Giran, se deslizan, hacen piruetas. Y si no se detienen será, tal vez, por temor a no contarnos qué hay en los espacios donde moran. Insisten, sin embargo, en cohabitar con nuestro espíritu entre un viaje y otro, en el universo prolongado hacia adelante. Nos esperan en los sueños, cuando las pupilas yacen bajo cierta lámina de azogue y estamos cansados de tanta vigilia. Y en ese trance no les hacemos preguntas (o mejor dicho, no demasiadas, rectifico...). Llegan, permanecen, nos tocan en el hombro, palpan las membranas de nuestro territorio privado. Refieren la angustia que mina los ocasos paralelos al mundo en que vivimos. Corren y escapan atravesando puertas. Nos tutean, nos sonsacan. Juegan a amedrentarnos en medio de la soledad, lo mismo en banquetes suntuosos que en vacuos salones. Bajan escaleras. Suben al trastero. Atraviesan la maleza de un bosque. Se alimentan en sótanos. Se parapetan tras las cortinas. Y casi siempre descansan cuando somos más sobrios y despiertan cuando estamos más ebrios. Nos recuerdan que hay alternativas para la memoria y barrancos en la frontera de la racionalidad. Fieles testigos de otras vidas. Les tememos o les odiamos por no querer decirnos bien sus nombres y apellidos. En raras ocasiones les perseguimos. Y si no llegamos a atraparles del todo es porque, para lograrlo, nos falta el coraje y nos sobra el ego. Algunas de ellas, las más violentas e inconformes, nos ponen zancadillas y nos hacen caer de bruces a los pies de nuestra propia infancia. Atormentan, torturan, gozan de placer al sodomizar nuestro orgullo hasta la saciedad. Y ríen al final de la escena. Nos invitan a quedarnos solos en espacios lúgubres. Muchas nos deleitan  al tocar divinas melodías con el arpa, el violín o el piano. Otras, dibujan su perfil en las paredes o en las losas del suelo. Con frecuencia, se reflejan en los mismos espejos junto a nuestras siluetas, para confundirse con la perplejidad que emanamos. Alumbran el poder de esa fantasía diluida en el cotidiano y rancio empecinamiento del querer saberlo todo. Apagan nuestras velas, soplando fuertes vendavales. Acarician nuestra libido y encienden el morbo del apetito que nos fulmina. Nos lanzan hacia el verde jardín de la noche a través de ventanas abiertas. Cierran pabellones con sus brazos, nos invitan a morir. Las más comprensivas nos envían mensajes de ánimo ante las inevitables derrotas humanas. Otras, nos envidian o nos celan, quizás por haberles usurpado el territorio, el amor o la vida entera. Les llevamos por dentro; nos asechan por fuera. Y lo peor del caso es que formamos parte de sus tristes existencias. Lo mejor es no invocarles, digo, pues podríamos disturbar sus proyectos inmediatos. En todo caso, más nos valdría aceptar que son eso que no son, pues no cargan ni con culpas ni con méritos. No son ya responsables de sí mismas, mucho menos del vestido que llevamos puesto. No usan nuestras armas, sino otras mucho más perfectas. Desean amar, pero no encuentran la forma de hacerlo. Entonces, pueden llegar a transmitir el delirio de la ira que a veces nos ciega. En fin, estemos atentos ante la alucinación que provocan sus potentes señales. Es que la vida, desde este lado del sendero, no les ha sido benévola y tienen, a falta de amor, sed de sarcasmo. Y aunque arden en ganas de cruzar el puente no pueden hacerlo, pues temen quedar atrapadas por las aguas. Por lo demás, prudencia. Que somos aquellos que aún, bien o mal, pescamos a la luz de un candil muy breve. Y el anzuelo que usamos es corto. Y nuestros pies, descalzos. Y nuestra barca, sin velas y sin remos. Y en la danza de las mariposas en torno al fuego cabe, por qué no, la terrible posibilidad de quemar nuestras alas todavía sin saberlo.