PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




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sábado, 29 de agosto de 2015

La calle más transitada del mundo.



Por Astarté.
León, España.


Con pies ligeros y semblante inquieto, como uno de esos arquitectos que siempre tiene algo en proyecto, el recuerdo se asoma a su balcón y mira hacia abajo la calle que alguien construyó frente por frente a su edificio. Una vez apoyado en la baranda, prende un cigarrillo y echa dos o tres bocanadas al aire. Las bocanadas se expanden formando anillos de humo que poco a poco van desapareciendo. A la misma hora (y sin que se trate de una persecución ni nada por el estilo), el cansancio, que es su vecino inmediato (vive en el apartamento que está a su izquierda) sale también a fumar. Y al ver al recuerdo apoyado en la baranda de su balcón hace el distraído y no le saluda. ¡Como si el recuerdo fuera tonto y no se diera cuenta de nada!... En fin, sucede siempre así, salen los dos a la misma hora a fumar, cada uno se apoya en la baranda de su respectivo balcón. Se perciben. Pero no se saludan.

Del otro lado de la acera, en un edificio más bajo, vive la costumbre. Es una anciana que parece haber salido de un taller de chapistería, embadurnada con polvos y colorete hasta el moño. Cuentan las malas lenguas que en su juventud la costumbre vendía su cuerpo a cambio de dinero, llevando para ello un traje de moza alocada con escote pronunciado y falda transparente. Cuentan también que así rompió un sinfín de corazones, el del recuerdo por ejemplo...¡Bah!...¡Puras habladurías! Su hermana menor, la indiferencia, ha tratado de hablar con el cansancio desde su ventana para contarle no sé qué historia. Pero éste no le ha hecho el menor caso (sigue haciendo el distraído). Ya tiene bastante con lo suyo como para darle oídas a esa chismosa. Entre tanto, el recuerdo ha terminado de fumar y entra al interior de su apartamento. E inmediatamente el cansancio hace lo mismo. Es probable que hayan intuido la llegada de la apatía doblando la esquina. El recuerdo no desea tener nada que ver con ella; prefiere codearse mejor con la calma, que es su mejor amiga en el barrio aunque, de vez en cuando, se vaya lejos y le deje a solas en medio del vecindario. Por su parte, el cansancio que sí conoce muy bien a la apatía (nadie mejor que él...), ha discutido con ella en el pasado y han roto la amistad. ¡Pobre apatía, no la quiere nadie!¡Y pensar que ha sido siempre tan servicial con todos! Pero el cansancio, que ya tiene bastante con lo suyo, ha dejado de hablarle.

La puerta de metal que asegura la entrada a la lavandería se abre. Es un pequeño local que se encuentra en la planta baja del edificio en el que viven la costumbre y su hermana la indiferencia. La apatía entra. Aquí trabaja. Ha dejado montones de ropa por planchar desde hace algunos días y ahora... ¡puffffff!... No sabe cómo entrarle de cara a la faena. La inquietud, otra de la vecindad, está sentada en el bar leyendo el diario y tomando su tercer café de la mañana... como para ponerse como una puta regadera... y terminar como su prima-hermana la ansiedad. (Esta también vive en esta calle, pero ahora está de vacaciones). A diferencia de la costumbre, la inquietud es una chica bastante joven y atractiva. Tiene una relación de noviazgo con el desasosiego. Hay quien dice que hacen una pareja perfecta... Bueno, en este instante el recuerdo acaba de salir a la calle y, al parecer, se propone cruzar hacia el bar. Sí. Eso hace. La costumbre lo observa desde su balcón alzando la nariz para olfatear sus intenciones.

De otro de los edificios (el que está justo al lado derecho de donde habitan el recuerdo y el cansancio) sale el júbilo. Con paso firme se pierde al doblar la esquina. Es un gran operario. Su mujer, la decisión, va de su mano. La indecisión les interrumpe el paso para darles los buenos días y ellos responden con un saludo cordial, pero nada más. No se detienen. Mientras tanto, la angustia ha llegado al bar y se sienta en una de las mesas vacías, al lado del recuerdo. Éste la mira de reojo, la conoce bien, no quiere entrar en discusiones con ella. Discutieron siempre cuando ambos pertenecían al mismo comité. Pero ya no son socios. Del otro lado de la barra, preparando los cafés y las tapas matutinas, la perseverancia les mira de reojo... (Les conoce bien. Calla.)... La perseverancia bate los huevos con los que volverá a hacer la tortilla de patatas de todos los días, la misma que tanto gusta a los clientes, a todos menos al aburrimiento... que es tan pesado y nadie le soporta... El aburrimiento bosteza. Está aún bajo las sábanas. A su lado duerme la pereza vestida con un ropón de mangas largas... La costumbre, hambrienta, entra a prepararse un desayuno a base de café con leche y pan y mantequilla y magdalenas. Lo de siempre...

Ñam, ñam, ñam...

Todos comen con gula.

Tragan y beben, hay quien café, hay quien tortilla, hay quien humo de cigarro, hay quien quimeras. Vale decir que no he mencionado a todos los residentes en esta calle tan transitada. Donde inquilinos y forasteros apenas logran diferenciarse entre sí.



martes, 15 de julio de 2014

Un juego que olvidé.

Adiós a la infancia, óleo de Lucrecia López Peña, Argentina.


Por Astarté.
León, España.



Alguien dijo una vez que recordar es volver a vivir. Quizás sea esta la razón por la cual evito remembrar lo que me ha golpeado en la vida; por ejemplo, algún desenlace fatal, o la pérdida de algo o de alguien bien querido, o las horas de soledad. Y es que recordar cosas como estas me llevan a desempolvar un viejo cajón de posesiones reales o ficticias, por error, tal vez. O no. Pero si esto de que recordar es volver a vivir es cierto, aplico la fórmula del Cógito ergo sum  (Pienso luego existo) para reiterar que soy el resultado de mis ideas, que es igual a decir, de mis actos personales, asteriscos imaginarios que ayer fueron concepto y que mañana serán trazos de historia. Por ello, piensa en mí. Al menos, por aquello de volver a vivir. Que me resulta difícil encontrarte de nuevo, así, escurridiza, breve. Tímida. Ingenua. Búscame, que me cuesta sangre divisarte en mi almacén virtual del tiempo y te me pierdes. Mírame con tus ojos de recién llegada al mundo de la falsedad y la mentira humanas. Revela mi imagen en la escuela, en el álbum familiar, en el parque, donde quieras, igual da. Y luego, vuelve a mirarme transformada en círculo de sueños. Los amigos de una vez o la sed de triunfo. Y, de paso, obsérvame ya grande; es decir, desgastada por el vicio y las costumbres. Descubre, en fin, la óptica precisa para darme vida en el cuadro del recuerdo. Un juego que olvidé. Infancia.