PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




jueves, 12 de octubre de 2017

La fábula del disfraz (Mañana de carnaval).




Nota de la autora:

Dejo a los lectores de Los días de Venus en la Tierra este relato (algo raro) escrito hace algunos años y rescatado de los brazos de la indiferencia. Porque en el baile de la vida, cualquier mañana de carnaval salimos a la calle disfrazados para la ocasión Y creemos esconder el rostro bajo una máscara sin saber, a ciencia cierta, cuál es el accesorio: ¿la máscara o la piel?

Rosa Marina G-Q. (Astarté).




La fábula del disfraz (Mañana de Carnaval).

Por Astarté.
León, España.


Un rayo de luz penetra a través del cristal empañado por la niebla. La mañana es fría. Muy bien seguiría acurrucada entre las mantas. Pero haciendo un esfuerzo para dominar el letargo, de un salto se pone de pie. Se tira la bata de lana sobre los hombros. Da algunos pasos a tientas. Enciende la radio. Están transmitiendo la vieja canción que en su tiempo encendiera tantos corazones:

Azul la mañana es azul


El sol si le llamo vendrá...

Nada ha cambiado. A su rostro llega puntal la bofetada de la desolación, fiel saludo matutino.

Ha trabajado duro toda la noche. Pero lo peor no es trasnochar, sino tener que resistir el golpe de la mediocridad cotidiana resumida en veinticuatro, cuarenta y ocho, innumerables horas flotando en la oscura marea de una vida insulsa: la suya.  Y así, saborear sin pretextos el asco de su vida, narrado en la miserable historia de una mujer que se siente seca, vieja... Costurera cansada de tomar la aguja en sus dedos para hacer remiendos y pegar botones y plegar dobladillos a las comadres del barrio, rancias clientas que cuchichean por las cuatro esquinas.

Sin embargo, las cosas pueden cambiar. Por ejemplo, hoy es mañana de carnaval, día esperado para transformar cualquier rutinaria historia en best seller y comenzar a usar la mayúscula y el punto y aparte... Buen momento para quitarse las comas y los paréntesis del semblante. Y sentirse como un texto abierto de par en par.

La confección del disfraz le llevó varias semanas de duro sacrifico. Un vestido de pana color rosa, con capa de terciopelo azul y cuello de plumaje verde. Típico traje de cortesana. Luego, lo principal: la máscara, una careta de cartón con semblante de doncella de pálida tez  y cachetes rojos. ¿Por qué no usarla?... En carnaval todo cambia. También la calle y el barrio y la vida se convierten en un teatro a cielo abierto.

Camina los primeros metros, los más difíciles, los del barrio. En su balcón, la señora Estela y su hermano solterón  juegan a descubrir quiénes pueden ser los conocidos que se esconden bajo el disfraz:

─Buenos días... ¡Pero mírenla, caramba, qué elegante! ¡Vestida de Blanca Nieves!...  ¿No?

No responde ante la provocación. Una pandilla de chiquillos ha llegado a su encuentro.  Alguno de ellos trata de levantar su falda sin llegar a lograrlo. A fuerza de codazos, en un dos por tres se deshace del enjambre de renacuajos histéricos.

Camina pocos metros más y llega a la Plaza Mayor. Allí están reunidos residentes y curiosos transeúntes que han llegado temprano a la feria medieval. A las once comenzará la función de saltimbanquis y después el resto... Esa es la tradición.

No se detiene. Atraviesa la plaza y camina hasta llegar a un callejón estrecho y vacío. Antiquísimos palacios enmohecidos por  los efectos del clima le recuerdan Venecia. Entra a uno de ellos. Sube por una escalera hasta el último piso. Penetra la humedad de una habitación cerrada e invadida por plagas de pequeños insectos; una estancia en la que las paredes expelen un hedor acre insoportable. Abre la cortina cargada de polvo. El escuálido rayo de luz aclara el ambiente. Y allí, sentado en un desvencijado sofá, le espera su amor.

Se desnuda con la solemnidad de una princesa, doblando pieza por pieza sus atuendos y acomodándolos, gentilmente, sobre el mísero diván. Lisa y brillante como la plata se sienta en las piernas de su caballero y lo besa apasionadamente.

Pero él la observa desde otro mundo...

─ ¿Por qué no me miras...? ─pregunta al héroe de rostro inanimado─. ¿Acaso no te gusto...?

Bien sabe que sí. Lo conoce. Él la desea. Y sabe también cuál es la respuesta:

─Aún estás vestida...Te has dejado la máscara... ¡Quítatela!

Y obedece. Deja al descubierto un rostro rematado por las Parcas en la rueca del tiempo. Y como cada mañana de carnaval, oculta de la muchedumbre, revive lo mejor de su obra.

El muñeco de trapo copula, una vez más, con su identidad perdida.