PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




jueves, 31 de julio de 2014

Hablo de los ochenta.

    

     Por Astarté.
     León, España.

       Me gustaba el ritmo de la percusión en tiempo de carnaval. A todos nos gustaba. O a casi todos. Me refiero a los que allí vivíamos y a quienes dejamos buena parte del tiempo entre sones y desaforados pasos de conga. Como si la vida fuese eso: una fiesta. Bueno, a veces lo era. También para ella, cuyo nombre... ¿Cómo era su nombre?... ¡Bah! A decir verdad, la memoria no es garantía de nada. A veces nos traiciona. Pero el nombre de esa chica podría haber sido cualquiera y no importaba. Para los demás era “la tiburona”. El caso es que a “la tiburona” la cogieron un buen día robando y la metieron en “el tanque” como pasto de cucarachas. Bueno, de más está decir que robar iniciativas es algo que supera al robo de coches o de dinero o de oro. Así, con todo lo astuta que era... (Congelaba los proyectos que robaba en el congelador, con las postas de pollo, para no ser descubierta por los de seguridad)... Pero, la pobre, no tuvo cuidado en borrar sus huellas de las paredes de aquella habitación. Afuera se agitaba la gente detrás de la comparsa y una lluvia de cerveza mojaba a la muchedumbre. Adentro, sin embargo, llovían los proyectos; por ejemplo, cómo hacer para ser libre. Y “la tiburona” tentó fortuna y entró en aquella habitación que daba pena y robó el proyecto. Como quien dice, se acercó a una orilla muy peligrosa. Y no me extraña que no recuerde su nombre. Desde aquel entonces ha llovido demasiada cerveza y han sonado más tambores de la cuenta. Hablo de los ochenta. Cuando leíamos manuales estalinistas y comíamos una cosa rara llamada “picadillo de soya (soja)”. De “la tiburona” no supimos nunca más. Al caer en desgracia, sus amigos la abandonamos. Nada del otro mundo. La desgracia no gusta a nadie.

martes, 15 de julio de 2014

Un juego que olvidé.

Adiós a la infancia, óleo de Lucrecia López Peña, Argentina.


Por Astarté.
León, España.



Alguien dijo una vez que recordar es volver a vivir. Quizás sea esta la razón por la cual evito remembrar lo que me ha golpeado en la vida; por ejemplo, algún desenlace fatal, o la pérdida de algo o de alguien bien querido, o las horas de soledad. Y es que recordar cosas como estas me llevan a desempolvar un viejo cajón de posesiones reales o ficticias, por error, tal vez. O no. Pero si esto de que recordar es volver a vivir es cierto, aplico la fórmula del Cógito ergo sum  (Pienso luego existo) para reiterar que soy el resultado de mis ideas, que es igual a decir, de mis actos personales, asteriscos imaginarios que ayer fueron concepto y que mañana serán trazos de historia. Por ello, piensa en mí. Al menos, por aquello de volver a vivir. Que me resulta difícil encontrarte de nuevo, así, escurridiza, breve. Tímida. Ingenua. Búscame, que me cuesta sangre divisarte en mi almacén virtual del tiempo y te me pierdes. Mírame con tus ojos de recién llegada al mundo de la falsedad y la mentira humanas. Revela mi imagen en la escuela, en el álbum familiar, en el parque, donde quieras, igual da. Y luego, vuelve a mirarme transformada en círculo de sueños. Los amigos de una vez o la sed de triunfo. Y, de paso, obsérvame ya grande; es decir, desgastada por el vicio y las costumbres. Descubre, en fin, la óptica precisa para darme vida en el cuadro del recuerdo. Un juego que olvidé. Infancia.