PALABRAS A MIS LECTORES

ALGÚN PAJARILLO ME HA CONTADO QUE EN ESTE IR Y VENIR POR EL UNIVERSO INFINITO ENTRAMOS Y SALIMOS (SIN DARNOS CUENTA DE ELLO) POR LOS POROS DE LAS SENSACIONES.

EN TAL CASO, PIDO QUE LA SATISFACCIÓN DE GOZAR LO QUE SENTIMOS NO NOS ABANDONE NUNCA Y NOS LLEVE A TOCAR UNA ESTRELLA: LA NUESTRA.




miércoles, 21 de mayo de 2014

Recorte onírico.


Por Astarté.
León, España.

(Tomado de la serie de viñetas imaginarias (y en plena construcción) Recortes para un puzzle).


Y bien, estaba escribiendo algo sobre el tiempo, la eternidad, los relojes, las horas. Y desistí, luego de haber pensado cómo hacer para llenar renglones con lo que no puedo, ni siquiera, imaginar. (Digo “no puedo imaginar” el tiempo y la eternidad, porque lo otro, eso de las fechas, los relojes, etc., eso es pan roído. Aburre.) Me dediqué entonces a diseñar borrones acerca del visible espacio. 


En fin, era una casa llena de recuerdos, telarañas y polvo. 


En un rincón, a contraluz, Oniris, sentada en un sillón... (¡Vaya coincidencia! Se mecía como un péndulo. No quería escribir nada sobre el tiempo y ya ves...). Al parecer, también el polvo y el tapete enmohecido estaban allí, para obsequiar un guiño a la imaginación (De nuevo, el tiempo: el espacio enmohecido, empolvado, lleno de recuerdos...). Quizás no exista el espacio más allá del tiempo. Es posible, tal vez... Me levanté de mi escritorio. Cerré el Word sin guardar una copia de las charranadas recién escritas. ¡Y nada! Me di cuenta de que era de noche y pensé: otra vez el maldito tiempo que me acosa. Y fui al espejo del baño. Lucía un par de ojeras desafiantes. Y pensé que el puñetero tiempo seguía pisándome los talones. 


Y para no pensar más en ello, me fui a la cocina, preparé la cena, programé el microondas... 



¡Oh, no!, programé he dicho, que es igual a decir que mi cena se calentaría en un “tiempo X”...¡Y menos mal que soñaba en el sillón! Porque de lo contrario, juraría que existo. 

sábado, 3 de mayo de 2014

Historia en silencio.




Por Astarté.
León, España.


    No hago historias, no escribo historias, no leo historias. Las historias están ahí, aquí o allá y  me superan, fueron estas las últimas palabras del vecino que tanto amé en los días de mi juventud. Quiero aclarar, por cierto, que la casa de mi historia estaba solamente en mi brutal fantasía y que el vecino no tenía, ni nombre, ni sexo, ni edad. Era, no más, que una historia de esas que no pueden ser contadas. Una de esas que, por no hablar, callan para siempre.